Mi historia como abonado de la UDS comenzó a principios de los años 90, en una vieja oficina de la calle Toro hoy ocupada por una conocida multinacional de la moda. Para los que conozcan bien la trayectoria de la Unión, sobra decir que no pude tener más suerte: haber disfrutado en las gradas de la segunda etapa dorada del club es algo que no tiene precio. Tampoco lo tiene aprender para siempre una grandísima lección sobre el deporte y también sobre la vida: el trabajo, la humildad, el compañerismo y el esfuerzo están por encima del dinero, la superficialidad o las modas pasajeras. Eso me lo enseñó aquel equipo de Lillo formado por verdaderos amigos, que suplía las carencias económicas con una ilusión tan grande que no cabía en El Helmántico. Así, un puñado de desconocidos liderados por un jovencito idealista de pelo rizado y palabra fácil, jugaron como los ángeles dando lo mejor de si mismos sin renunciar nunca a sus principios, y se ganaron por méritos propios una plaza en la elite del fútbol español.
Cuando recuerdo aquellas temporadas, me invade una tremenda sensación de orgullo: el equipo de mi tierra atesoraba unos valores tan auténticos que era imposible no admirarlo. Ni siquiera un descenso pudo con el enorme agradecimiento que los aficionados sentíamos por aquellos héroes: éramos conscientes de las experiencias que aquel conjunto, aquellas ideas y aquellos valores nos habían regalado. Solo el trabajo en equipo y el afán de superación lo hicieron posible, pero no se terminó ahí: ¿quién no recuerda el esfuerzo hasta la extenuación de Giovanella, el alma de Quique Martín defendiendo nuestro escudo, la trayectoria de Tomás desde la cantera a la capitanía? Ascensos y descensos, desplazamientos, alegrías y decepciones, la procesión dominical por la carretera de Zamora, el fantástico empujón de las peñas en los últimos años… En una palabra: historia. Casi un siglo de leyenda, de valores, de salmantinismo, de identidad, de un precioso estadio Helmántico propio -para bien y para mal-, herencia de una de las instituciones más longevas de nuestra provincia.
En la distancia, este club me hace sentir cerca de Salamanca: todos a mi alrededor saben de dónde soy y a qué equipo seguiría hasta la muerte. La ilógica de la pasión y los sentimientos (¿en qué, si no, consiste ser aficionado de un equipo?), junto al debido respeto que merece la historia, me hicieron comprender que yo aplaudía las carreras de Vellisca gracias a las paradas de D’Alessandro, que los goles de Pauleta fueron posibles por los despejes de Huerta, que los desmarques de Miku dependieron de que los regates de Dámaso hicieran en su día grande a la Unión, tanto como lo es ahora. Y ahí aparece el problema: el deporte -entendido como suma de valores y puro espíritu deportivo- está siendo devorado por los intereses económicos, justo los que aprendí (porque la Unión me lo enseñó) que están por debajo de otros principios muchísimo más importantes.
La eterna lucha entre ser práctico y defender unos ideales ha llegado a la UDS. Personalmente lo tengo muy claro: no puedo resistirme, soy un “romántico”. Si se estropease el reloj que me regaló mi abuelo cuando yo era un niño, lo llevaría a arreglar aunque saliese más caro que uno nuevo. Si mi grupo de música favorito se disolviese, me parecería repugnante que alguien lo suplantase aprovechándose de su trayectoria y reputación para vender nuevos discos bajo el argumento “pero así seguimos teniendo música”. De igual forma, me encolerizaría si alguien demoliese la fachada de la Universidad para levantar una “copia exacta” unos metros más allá, por muchos beneficios que un aparcamiento subterráneo diera a la ciudad: el valor de las cosas no solo está en su precio. No se puede explicar el sinsentido de saber que seguirías apoyando a tu equipo aunque descendiese a Provincial y que, si es refundado, te produzca el mismo apego que cualquier otro club extranjero.
Como maestro tampoco puedo dejar de pensar sobre lo que aprendería de todo esto un niño con su recién estrenado carnet del equipo de su tierra. Vería con sus propios ojos cómo el dinero puede comprar el esfuerzo y el prestigio; cómo es posible evitar las consecuencias de tus malos actos si tienes unos billetes en el bolsillo; cómo lo auténtico puede ser sustituido a golpe de talón; que todo está bien mientras dé beneficios. Soy consciente de que el fútbol moderno está esclavizado por la rentabilidad, pero si algo mantiene con vida a los equipos modestos como el nuestro son sus valores y principios: si los 90 años de historia de la Unión son subastados, muchos perderemos el orgullo y la pasión por el equipo. ¿Quiénes sostienen a un club en los peores momentos, si no son sus aficionados más incondicionales?
Por todo lo anterior estoy en contra de la refundación. Si la UDS no es viable -y se me forma un nudo en la garganta cuando escribo esto-, ruego para ella una muerte digna. Siento ser un idealista y no usar las matemáticas antes que los sentimientos, pero prefiero que la Unión desaparezca antes de que nadie mancille su nombre y su escudo. Por favor, que nadie me pida que sea práctico ni que utilice la lógica para defender la continuidad del fútbol en Salamanca: si yo hubiera sido razonable, no habría pasado cientos de domingos en un campo con temperaturas bajo cero, recorrido miles de kilómetros por todo el país siguiendo a mi equipo, sentido El Helmántico como mi segunda casa, llorado decepciones y alegrías desbordado por la emoción, dedicado tanto tiempo y esfuerzo solo por la pasión irracional que significa ser aficionado de un club. El mío es la Unión, a la que le debo muchos de los valores que ahora defiendo y me hacen ser como soy. ¿Cómo no te voy a querer, solo y siempre a ti, que eres parte de mi vida?
http://cronicasdeunmaestroexiliado.wordpress.com/2013/06/02/uds-valores-y-principios/