viernes, 5 de julio de 2013

"CALVARIO SIN LA UNIÓN" por CARLOS ANDRÉS LLAMAS. ( JEFE DE DEPORTES COPE ASTURIAS )

No soy salmantino de nacimiento, pero diez años en esa ciudad son suficientes para llorar ahora por una pérdida irremplazable. En mi primera visita turística a Salamanca, el comienzo de la ruta se detuvo en el Helmántico, siempre dando la bienvenida a los viajeros. Era el estadio de gestas que un foráneo admiraba desde la distancia cautivado por la magia de esos colores dispersos en sus gradas. Todo aficionado al fútbol nacido en la década de los ochenta, como era mi caso, sentía una adulación especial por el Helmántico. Ya como un habitante más de Salamanca, vi mi primer partido en este estadio desde la acogedora grada del Fondo Norte, que, pese a haber dejado la Primera División apenas tres meses antes, retumbaba con fuerza. Fue un UDS-Elche, primera jornada de aquel equipo de García Remón, aún cuesta entender por qué no logró el ascenso. Quizá ahí pudo cambiar la historia, aunque la herida ya estaba abierta desde años atrás. La Unión remontó y ganó aquella mañana de domingo. Y yo empecé a conocer el sentimiento unionista.

Es uno de mis primeros recuerdos de Salamanca, ciudad cuyo atractivo, en las últimas décadas, apenas sólo ha sido catalizado por la Unión. Ahora Salamanca ha perdido gran parte de su esencia sin que casi nadie grite y casi todos huyamos. Salvar a la Unión era un deber cívico de todo salmantino, de todo amante del fútbol y la cultura popular.

En una ciudad costumbrista, anclada en la atonía, paralizada por una crisis galopante, sin apenas señas de identidad, una élite política anodina, una industria agotada, con miles de jóvenes alejados para siempre de sus casas, la Unión parecía fuera de lugar. Logró sus últimas gestas no hace muchos años. Siempre fue más allá de su ciudad. La Unión fue tan grande que vivió más y mejor que lo que le permitía su entorno. Un equipo admirado en todo el país. Dio belleza y gloria a Salamanca, mucha más que la que le aportó la ciudad que ahora la ha enterrado. Nos hizo regalos de Reyes que ya nunca le podremos devolver. Unos Reyes que no volverán.

Antes de descargar riadas de furia hasta ahora contenida, pido perdón. Yo también pude hacer más, casi todos pudimos hacer más. Quizá, desde la distancia, se tiende a pensar que alguna solución acudirá al rescate, que no serán tal desalmados como para dejar morir a la Unión. Hablaba con mis compañeros Montilla o Jorge Riesco, pero mi incredulidad era tan profunda que no quería creerles.
Yo, un simple unionista, culpo a Juan José Hidalgo, por supuesto. Porque sus métodos, su falta de sensibilidad y moral, sus declaraciones y su chulería me avergüenzan. Un representante perfecto de ese pelaje de español sin escrúpulos cuyos valores economicistas han creado la actual crisis. En los últimos años, Hidalgo hablaba de la deuda de la Unión como si hubiera surgido en otro planeta a raíz de la actuación de unos dirigentes extraterrestres. No, señor Hidalgo, que sepa todo el mundo que la deuda la creó usted con su pésima gestión. Por si todo esto fuera poco, resulta patético saber que su entorno se dedica a llenar Internet de mensajes halagadores de su engendro.

Podría detenerme en otros personajes también culpables. Muchos de ellos, además, se enriquecieron a costa de la Unión. Pero prefiero centrarme en el alcalde, a quien considero principal culpable, por encima incluso de Hidalgo. Señor Mañueco, en otra ciudad ya no podría ni presentarse a las próximas elecciones. No ha hecho absolutamente nada. Y señalo al alcalde porque fue una decisión política la que comenzó a matar a la Unión: la obligatoria conversión en Sociedad Anónima Deportiva. Y un problema originado por la política merecía una búsqueda de soluciones desde el mismo ámbito. Señor Mañueco, para muchos usted es ya el alcalde que dejó morir a la UDS. Si alguien podía haber actuado, ése era usted. Desde su cargo tenía la capacidad necesaria para buscar la salvación. Cuando pueda, llame al alcalde de Oviedo, de su mismo partido, y que le explique qué hizo él hace unos meses. Ojalá sienta mucha vergüenza.

Soy periodista. Si no me refiriese a ello, haría un ejercicio de corporativismo innecesario. Siento pena por lo que han hecho algunos compañeros, pero hace tiempo que los medios de comunicación dejaron de cumplir con sus funciones principales. En este caso, olvidaron el libro de estilo del informador. Comprendo a cualquier periodista que, en última instancia, deseara que hubiera al menos un equipo de fútbol de la ciudad en Segunda B del que poder informar. Hay incluso puestos de trabajo en juego. Pero algunas empresas de comunicación no han velado por los intereses de Salamanca, su patrimonio y su historia.

Y siento tristeza por Salamanca en general. Siempre me sorprendió la falta de sentimiento unionista por sus calles. En una etapa en la cantera, recuerdo a los entrenadores Chelu, Tomás Rivas o María Hernández y sus consignas: “Chicos, que somos la Unión”. Ellos también la sentían. Pertenecían a ese grupo selecto del unionismo. Ni siquiera en el fútbol base, de forma mayoritaria, se propagaba ese sentimiento.

La ciudad no valoró lo que tenía y ahora, por tanto, no se percata de lo que se ha perdido. Resulta aborrecedor escuchar a aquéllos que se dedican a despreciar a los unionistas que han luchado hasta el final, enmarcándolos en una especie de grupo romántico alejado de la realidad y solicitándoles que hubieran puesto ellos el dinero. No, ellos no crearon ninguna deuda, a ellos les robaron su club para prostituirlo en forma de SAD, ellos se han dejado los ahorros para estar cada año en el Helmántico y lejos de él. A ellos, ahora, les han borrado el equipo de sus vidas. Mi felicitación para todos aquellos que sí han luchado hasta el último momento. Mi admiración infinita, en representación de todos ellos, por Roberto Pescador (una charla contigo enriquece). Sois un ejemplo que escasea. A mí me habéis dado una lección. A los sentimientos les sumasteis datos objetivos que evidenciaron que la salvación era posible. Habéis nadado contracorriente soportando constantes faltas de respeto. Al menos tenéis una victoria moral que nunca nadie os arrebatará.

Unión, te vi por última vez en el Carlos Tartiere de Oviedo. Me queda el consuelo de haberme despedido de ti en un estadio de fútbol puro, ante un equipo que ha sobrevivido porque en Asturias había muchos como tú, amigo Pescador. Me queda algún consuelo más: por ejemplo, que gente honesta como Gorka y María hayan sido los últimos entrenadores. También comprobar que cada domingo nunca fallaban esos cinco mil fieles, pese a tantas trabas y tan pocos apoyos. Porque, Unión, no importaba verte en Segunda B, lo importante era tenerte, saber cómo te iba cada domingo, a quién fichabas, poder pasar frío en enero en la grada del Helmántico, mirar si cuadraba viajar para verte en Avilés o Luanco…

Me despido deseando que todos los trabajadores y proveedores de la Unión cobren el dinero que se les adeuda; que los principales culpables sientan siempre muy cerca una especie de condena moral; y, ante todo, que el engendro no utilice la memoria de la Unión y que el fútbol no permita la desfachatez de la usurpación de la plaza. Yo nunca seré de ese equipo. El engendro no es nada. Si quiere recibir el nombre de equipo, debería empezar desde Provincial, como todos. Ojalá por una vez la ley sea igual para todos e Hidalgo pruebe el sabor de la derrota. Es intolerable que el asesino ultraje el cadáver.

Me dolerá saber que hay fútbol en el Helmántico. Puede que algún día la curiosidad me anime a acercarme. Entonces espero resistirme. Total, será como ver a dos equipos visitantes donde antes jugaba el mío. Y en cada estadio que visite la nueva SAD, las críticas que ahora se vierten desde tantas ciudades se convertirán en cánticos que ensuciarán la imagen de Salamanca: “¡Engendro, eres un engendro…!”. ¿Cómo ilusionarse con un proyecto que arranca con la firma de Hidalgo? Quienes sí lo hagan corren un evidente riesgo de sufrir otro desenlace fatal.

No pretendía limpiar mi conciencia ni aleccionar a nadie con estos párrafos. Es una opinión más, un desahogo. Quedan los recuerdos. Cada uno tenemos un álbum inmenso e indeleble. Pero ahora, con su muerte tan reciente, sólo cabe lamentar el terrible calvario que es vivir sin la Unión. Lo siento.